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Como hemos apuntado en otros apartados, el progreso, la falta de juventud en los
pueblos han cambiado las costumbres o han olvidado la mayoría de ellas,
en algunos pueblos, a modo de conmemoración y de fiesta, en la actualidad,
vuelven a recuperar algunos usos, trabajos o formas de vida. Así han establecido
la fiesta de la siega y la trilla, y con ella, tratan de emular y recuperar, aunque
sea por dos o tres días, las costumbres, los juegos, las formas de hace
tres o cuatro décadas. No es este el caso de Albendiego, pero desde estas
líneas quiero recordar algunos usos y costumbres que en la actualidad se
han perdido. Las noches de invierno largas y frías, tenían
pocos alicientes. Existían dos alternativas o se metían en la cama,
como decían: "a la hora de las gallinas", cumpliendo tres objetivos:
no consumir leña, tratar de estar caliente y, en ocasiones, aumentar el
censo de habitantes o se reunían por afinidad familiar o de amistad en
una casa, al amor del fuego y la luz del candil, y se charlaba de todo un poco.
A veces ni siquiera se charlaba, se ensimismaban, con la mirada perdida entre
los arabescos de las llamas, abstraídos en sus pensamientos más
íntimos o en los más simples y cotidianos. El fin era pasar la "trasnocha"
tratando de acortar las noches. En Semana Santa, en la iglesia
se construía el monumento y todos los vecinos de la localidad ponían
velas, cada una de las cuales tenía una señal para poder reconocerla
y distinguirla de las demás. Los pastores velaban toda la noche el monumento
y vigilaban que no faltasen velas encendidas, que previamente habían sido
bendecidas. Cuando se consumía las tres cuartas partes de la vela, los
pastores, apagaban dicha vela y encendían otra. Los restos de las velas
apagadas se depositaban en una cesta y al día siguiente las retiraba aquellos
que las habían depositado y las guardaban en casa, encendiéndolas
cuando se producía una tormenta y existía peligro de pedrisco.
Otra costumbre que tenían al producirse una tormenta era sacar un hacha
a la puerta de la casa y ponerla con el filo de la misma hacia arriba. Era creencia
popular, rayando con la superstición que, la tormenta se cortaba, se dividía,
se deshacía y desaparecía el peligro de pedrisco. Las
rondas de los mozos. Cuando el tiempo, el trabajo y las faenas del campo lo
permitían, los mozos se juntaban todas las noches a charlar o a jugar a
la brisca, al tute o al guiñote. La noche de los sábados la dedicaban
a rondar a toda la gente en general y a las mozas en particular.
Llegado mediados de septiembre, en que las tareas del campo eran menos acuciantes,
iban acortando los días y los mozos tenían más tiempo para
reunirse. Todos los sábados, después de cenar, se juntaban en
el "morrete" de la Plaza. Iban apareciendo despacito, de uno en uno
o en pequeños grupos. Llegaban los mozos de la música (guitarras,
laúdes y bandurrias) y se ponían a "templar" (afinar los
instrumentos), tin, tin,tin, tin, tilín, tilin, ton-tin, el encargado de
la bota no tardaba en aparecer si es que no estaba ya, y se echaban los primeros
tragos, mientras, se establecía y pactaba el recorrido por donde debía
transcurrir la ronda esa noche. Una vez los instrumentos a punto, se rasgaban
los primeros acordes, ¡Va!, !Venga¡, ¡Vamos!, algunos se impacientaban,
y en seguida los sones de la primera jota estaban en el aire, después de
unos breves minutos en que los "guitarreros" comprobaban la afinidad
de tonos entre los distintos instrumentos que componían la ronda y, los
demás mozos, haciendo piña en torno a los músicos, pensaban
en las letrillas que aquella noche iban a cantar, la primera jota no tardaba en
salir de la garganta del más decidido, rompiendo el silencio de la noche:
"Esta es la plaza señores/ esta es la plaza y no hay otra/ donde
se tira la barra/ donde se baila la jota". a continuación otro
que no quería ser menos, sin dar tiempo a los músicos a variar la
tonadilla, terciaba: "Que buena va la guitarra / para rondar esta noche
/ que buena va la guitarra / si la prima no se rompe". En ocasiones,
algún mozo, despechado por haber sido rechazado por alguna muchaca, cuando
la ronda pasaba por la puerta de la casa de la doncella en cuestión, le
cantaba alguna jotilla con segundas intenciones: "Mi padre me ha comprado
un burro / y en el burro mando yo / cuando quiero digo !arre¡ / cuando quiero
digo !so¡" matizando mucho las interjecciones !arre¡ y
!so¡, otras veces no eran tan sutiles "Aunque tus padres me
dieran / Castilla y las mulas blancas / no me he de casar contigo / porque eres
estrecha de anchas" y llegando a la calle de los Quintanares: siempre
había alguno que cantaba: "La calle mayor me mata / la menor me
resucita / y en la de los Quintanares / tengo yo a mi morenita" .
En otras, por pique o rivalidad entre mozos, cantaban, en el mejor de los
casos, jotas de picadillo como por ejemplo: "Ese que ha cantado ahora
/ canta poco y canta mal / se parece a mi borrico / cuando empieza a rebuznar",
y entonces ya estaba servido el lío, aunque en la mayoría de
los casos, estas rivalidades se solucionaban cantando, tratando de castigar y
ridiculizar al adversario, en otras ocasiones, las menos, no se paraban en entonar
más o menos afinadamente las jotillas si no que se liaban a tortazos.
El domingo baile en la plaza con los mismos músicos que habían
participado en la ronda. Su repertorio era corto, algún pasodoble, vals
y bolero, que se repetía una y otra vez. A veces para que los músicos
también pudiesen participar en el baile se turnaban, dejando muchas veces
sólo al de la guitarra, y para paliar las carencias de un laúd o
una bandurria, cantaba o tarareaba la canción a los acordes de la guitarra.
Los Mayos. Con la llegada de la primavera despertaba toda la naturaleza,
y este despertar no apartaba ni discriminaba ninguna especie haciendo realidad
el dicho: "la primavera la sangre altera" y mayo, en estas tierras altas
de Castilla, es el mes más representativo de la primavera, y a los mozos
también les afectaba esta estación, por lo que llegado el mes de
mayo, los mozos cortaban un buen pino que lo traían y lo plantaban en la
plaza. Durante este mes, alrededor del pino, se desarrollaba todos los actos lúdicos.
Los mozos que pretendían alguna chica, cortaban ramas de chopo y por la
noche, los ponían en los balcones respectivos. Al finalizar el mes de mayo
el pino en cuestión se lo vendían algún carpintero del pueblo.
El Día de Todos los Santos los mozos se reunían para
cenar y pasaban toda la noche tocando las campanas en memoria de los difuntos.
Ésta era costumbre de todos los pueblos de la comarca por lo que, en el
silencio de la noche se oían todas las campanas de los pueblos de alrededor,
mas o menos apagadas, según el ambiente si era seco o húmedo. Todo
esto tenía una carga muy grande de emotividad por no llamarle miedo. El
tañer de las campanas en esa primera noche de noviembre, ya con el frío
en el rostro, te producía un pellizco en el alma que se traducía
en una reacción física, se erizaban los pelos de todo el cuerpo,es
decir: "Se ponían los pelos de punta". Mientras que unos
mozos tocaban las campanas los otros se reunían alrededor de una hoguera,
o en la chimenea de alguna casa y allí se contaban hazañas, chascarrillos,
dimes y diretes. Cuentan que en una ocasión porfiaron con un mozo llamado
Juan que presumía de valiente y de no tener miedo. Se apostaron que no
sería capaz de bajar sólo, a media noche, al cementerio y clavar
en la puerta del mismo, un papel que llevaba escrito la siguiente frase: "Hasta
aquí llego Juan sin miedo". El tal mozo aceptó la apuesta y
al llegar la media noche cogió el camino del Calvario que entre una bóveda
de chopos, lleva a la Iglesia de Santa Coloma y al cementerio. Me imagino la situación,
una oscuridad rota por luna que propiciaba una luz tenue, blanquecina que dibujaba
sombras fantasmagóricas, frío, el silbido del viento al pasar entre
las ramas de los chopos, el crujir de las hojas secas al pisar, las campanas de
todos los pueblos sonando a la vez, la noche que era. El mozo en cuestión,
puso toda la carne en el asador pero iba nervioso, intranquilo, con ese pellizco
en el alma que hacía sudar las manos. Cuando llegó a la puerta del
cementerio, cogió la nota que llevaba escrita, el clavo y el martillo y
clavó con precipitación la misiva en la puerta del cementerio, con
tal mala fortuna que, con los nervios y la precipitación, al mismo tiempo
que cogía la nota que debía clavar en la puerta, cogió también
la capa y clavó ambas a la puerta, cuando trató de salir casi corriendo
hacia el pueblo, sintió como le retenían por la capa y, al mozo
en cuestión, se le heló la sangre en las venas, por lo que sin perder
ni un segundo se desató el lazo de la capa y allí la dejó,
clavada a la puerta del cementerio junto con la nota. Al día siguiente
fue la chanza de los demás mozos que le decían "ahí
va Juan sin miedo, sin capa, con frío y con manchas en las calzas"
Esta historieta que la cuentan como real y genuina, en realidad la he escuchado
en varios pueblos, incluso de distintas comunidades. El Jueves Lardero
es el jueves anterior al miércoles de ceniza. Ese jueves se juntaban
los chavales, aquellos que todavía no habían entrado en el grupo
de los mozos, y mataban una gallina, la guisaban en una casa y allí cenaban.
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