| | El realismo nace fruto de una tensión generada
por varias fuerzas. Una es la reacción contra los movimientos imperantes
en el siglo XIX, el romanticismo y el academicismo. Hacia 1850 en Francia, una
serie de pintores, entre los que se encontraba Courbet plasmaban en el lienzo
una serie de temáticas realistas, pintando escenas sacadas de la vida.
Esto distaba de los universos mágicos y elaborados de los románticos.
La corriente más sensual encarnada por Ingres mostraba una belleza artificial,
además, de unos modos de pintar que nada tenían que ver con la realidad,
con la forma de ver de verdad. La segunda cuestión de suma importancia
era la situación política en Europa. Las revoluciones de 1848 habían
puesto de manifiesto un afán democratizador. El pueblo empezaba a no considerarse
predestinado a servir a los grandes, sino que podía ser dueño de
su destino y con ello de sus derechos. La realidad no era la de los palacios o
la de los grandes burgueses, sino que mayoritariamente era protagonizada por un
alto porcentaje de trabajadores. A partir de ahora, la pintura no sólo
iba retratar a grandes hombres o paisajes mostrando lo sublime o las pulsiones
del artista, o hacer escenas pintorescas, sino que se iba a comprometer con el
pueblo. Iba a ser la instantánea del vivir popular. El realismo, aparte
de mostrar otras realidades, como estilo va a buscar la verosimilitud con lo que
se observa, hallará un método que refleje las condiciones atmosféricas,
el retrato fiel de actitudes y de personajes. Colores cercanos a la naturaleza
en pos de mostrarla tal cual es. El artista se olvida de la fantasía y
de temas intranscendentes para la sociedad, lo que lo llevará a convertirse
en vehículo de denuncia. El arte renuncia de lo personal y subjetivo para
convertirse en un fin social. La representación de escenas cotidianas,
de ambientes próximos, más reales y cercanos al espectador, lejos
de esas escenas curiosas o anecdóticas caracteriza al realismo. Mientras
que en las décadas anteriores eran el campo o los espacios ruralizados
lo más normal y característico, en estos momentos las escenas pictóricas
se desarrollan generalmente dentro de un marco urbano. Hacia los años
sesenta prima un deseo de verdad y de sistematización. El realismo va a
concebir la obra de arte desde varios puntos de vista: el de la enseñanza
o de denuncia de los vicios de la sociedad, que va a denominarse pintura social.
También otra característica es que la obra de arte posee la propiedad
de narrar, de contar algo, pero de esa sociedad que necesita mirar al progreso,
a lo moderno, no de peroratas de historia sino del futuro. Se contempla y se da
una gran importancia a la «utilidad» de la obra de arte. El realismo
está íntimamente relacionado con la corriente ideológica
y filosófica imperante en la época: el positivismo. Como
dijo Tubino, en 1871: «Si hasta ahora, con breves excepciones, el arte tuvo
por objeto los dioses o los príncipes, en adelante deberá tener
por fin el hombre. El que pinta hoy el suceso histórico que interesa a
la civilización, esto es, que arguye una enseñanza, un progreso,
una mejora, un triunfo, una censura; pintará mañana el suceso de
la vida común, que realmente sea digno de transmitirse al lienzo, pintará
al hombre como es en sí, tomando por modelo la humanidad y por norte su
mejoramiento».
Op. Citada. Gutiérrez Burón, Jesús.
Exposiciones nacionales de Bellas Artes. Cuadernos de arte español, nº 45. Historia 16. 1991 Madrid.
Hoy el hombre se inclina más por visiones que le
permitan mayor apertura, menos academicismo y más pragmatismo.
Como
movimiento literario, el realismo, aparece en la segunda mitad del siglo XIX,
como consecuencia de las circunstancias sociales de la época: la consolidación
de la burguesía como clase dominante, la industrialización, el crecimiento
urbano y la aparición del proletariado.
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