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Cerámica. |
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Una de las técnicas decorativas usadas en cerámica es la denominada
Rakú. Se usó en las antiguas civilizaciones japonesa y china. En algunas fiestas
y reuniones sociales de cierto prestigio, después de fabricar unos recipientes
en forma de vaso (vasos y tazas de te), de pequeñas dimensiones, se decoraban
con oxidos y se efectuaba una monococción
en unos hornos de leña llamados "cestones". La
combustión de las materias orgánicas produce una reacción química entre los gases
que desprende la combustión y el oxígeno del horno. Al ser un recipiente cerrado
y, al no encontrar suficiente oxígeno para que dicha combustión se produzca normalmente,
el carbono y demás gases liberados, tratarán de obtener el oxígeno necesario de
las fuentes más próximas y éstas serán las materias y sustancias que se hallen
en el interior del horno y, en consecuencia, reaccionarán químicamente tomando,
la mayor parte del oxígeno, de los óxidos con los que están decoradas las piezas.
El cambio químico originado por la pérdida de oxígeno se conoce con el nombre
de reducción (Rakú)
y, por su efecto, los materiales reducidos cambian de color formando unas irisaciones
metálicas. El verdadero Rakú,
el que se practica siguiendo la tradición, en realidad, debe obtenerse con temperaturas
que oscilen entre 750º y 850º C, empleando arcilla roja común y/o arcilla para
loza, a las que se les añadirá entre un 25 y un 30% de chamota
o arena, esta última no es recomendable. Estas arcillas o pastas cerámicas deberan
trabajarse a mano, ya que, si utilizamos el torno, por su composición en chamota,
las citadas pastas se muestra demasiado abrasivas a la superficie de las manos.
Después de fabricadas las obras deberá procederse a su secado para posteriormente
bizcocharlas a una temperatura que oscilará entre 900º y 1000º, según la composición
del conjunto de la pasta que utilicemos. Una vez que todo el bizcoho se haya sacado
del horno y frío, procederemos a su barnizado empleando unos barnices
con un punto de fusión adecuado a la temperatura anteriormente mencionada, es
decir, entre 750º u 850º. Bernard Leach, nos propone unas mezclas para
conseguir barnices transparentes para Rakú como las siguientes: Cualquiera de estas dos fórmulas resultan fáciles de colorear empleando
cualquier tipo de óxido. Si usamos el óxido de estaño, añadiendo a cualquiera
de las anteriores fórmulas hasta un 10% del mencionado óxido, conseguiremos un
barniz blanco. Una
vez efectuadas todas las mezclas y, cuando estemos seguros de que todas las sustancias
estan bien mezcladas, procederemos a su tamizado.
Es necesario aclarar que en un horno eléctrico, de atmósfera oxidante (ver
oxidación), es difícil producir una atmósfera reductora, por lo que es imprescindible
crear esas condiciones fuera del horno, en el momento que las piezas están incandescentes.
En mi caso cuando el horno ha alcanzado una temperatura entre 1000º y 1200º C,
según los materiales a reducir, con unas pinzas de hierro y debidamente protegido
con guantes aislantes, se procede a extraer las piezas del horno (figura 1) y
se entierra en serrín o cualquier otra materia orgánica que pueda provocar una
combustión, por ejemplo paja, (figura 2). Después de unos minutos, en los que
sobre la pieza existe una combustión importante, se introduce la placa en agua
fría para paralizar y finalizar este proceso. Más tarde habrá que limpiar los
residuos, de hollines y carbones, dejados por el fuego. J.J. Navarro
en un artículo titulado: "Loco por las artes", publicado en "El Mundo", con fecha
20 de junio de 1996 decía: "Hacer cerámica es para un artista como crear mundos".
En esta creación intervienen muchos factores, unos sobre los que el hombre puede
influir directamente, como pueden ser las distintas pastas de barro, el secado
del mismo, la temperatura de las distintas cocciones, el tiempo cronológico etc.
y otros, sobre los que no puede ejercer ningún tipo de control, como el tiempo
atmosférico, el fuego y la atmósfera creada en el interior del horno, el azar
etc. Si a todo esto unimos la técnica (El Rakú), para crear estos mundos, habremos
de convenir que, en la finalización de la obra, intervienen de una manera determinante
la atmósfera del horno y el azar. El principio es la idea y el barro.
Poco a poco las manos moldean la tierra informe y le añaden colores, óxidos y
pigmentos. Después la suerte está echada y son el azar y el tiempo los que condenan
o rubrican la acción de la mano en el ámbito secreto y ardiente del horno. El
arte es revelación y la cerámica es una profecía de la mente hecha realidad en
el horno. | | |