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Se enmarca la Transvanguardia italiana en el movimiento neoexpresionista que emergió a principio de los años ochenta ligado a los discursos de eclecticismo, citacionismo, negación y progreso de la primera postmodernidad.
Movimiento creado en 1979 bajo el patrocinio del teórico y crítico de arte italiano Achille Bonito Oliva, se dio a conocer al público al año siguiente en la Bienal de Venecia presentando a tres de sus protagonistas: Chia, Cucchi y Clemente. Más tarde se unió Paladino y De María. Una exposición en Roma en 1982 aseguró al movimiento una audiencia internacional. La Transvanguardia se convierte así en el primer movimiento europeo que conquista New York y el mercado americano después de la Segunda Guerra Mundial.
En reacción al arte conceptual de los sesenta y las vanguardias sujetas a ideologías de carácter político o social, la Transvanguardia propone el poder de la subjetividad y el carácter de las propias raíces, el genius loci. Rechazan el marxismo, el psicoanálisis. La lingüística, y retoman los vínculos del expresionismo de principios de siglo y el pasado de Italia. El concepto de oficio se revaloriza, las técnicas se vuelven tradicionales: carboncillo, lápiz, pluma, perspectivas, sombras, frescos barnices... Lo que importa es la invención de signos personales y emblemáticos alimentando una genuina ambivalencia de sensibilidades. Aunque nace en Italia se extiende por toda Europa, llegando a Estados Unidos, la pintura de Schnabel mantiene más proximidad con la Transvanguardia europea que con los movimientos americanos
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